Lea el pasaje por lo menos dos veces, reflexionando sobre ello detenidamente.
Luego, considere las preguntas a continuación:
Reflexión meditativa
Servir a dos señores
Trabajé
en un par de empresas familiares como parte de mi carrera profesional
secular. Los beneficios de trabajar en una empresa familiar incluían un
ambiente de trabajo mucho más acogedor, con una estructura menos
burocrática en la toma de decisiones y un abordaje más relacional en la
gestión funcional y jerarquía administrativa. Como cristiano, me sentí
más cómodo en un ambiente así. Sin embargo, esta clase de ambiente
también tenía sus dificultades, entre las cuales la más importante era
la necesidad de responder a más de un jefe de forma extraoficial.
Formalmente, tenía que obedecer al presidente de la empresa, el cual
era el padre de la familia; sin embargo, de manera extraoficial tenía
que seguir las instrucciones de los demás miembros de la familia, los
cuales a menudo tenían intereses divergentes. En una de esas empresas,
aunque disfrutaba mucho mi trabajo y también gocé de la total confianza
del presidente, no me quedó más remedio que renunciar, porque es cierto
que “nadie puede servir a dos (o más) señores."
Sin embargo, a pesar de haber tenido esta experiencia de primera mano,
me he dado cuenta de que a menudo estoy muy cómodo sirviendo a dos
señores en mi vida personal.
Conozco bien la enseñanza de 1 Juan 2:15, "no améis al mundo ... Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él".
Desde mi conversión en los últimos años de mi adolescencia, he
aprendido a repetir de memoria este versículo. Pero al reflexionar sobre
mi carrera secular, me doy cuenta de que aunque fue mayormente muy
exitosa, e incluso gozaba siempre de la confianza de mi jefe, terminé
por involucrarme en una "carrera de codazos", igual que muchos otros en
el mundo empresarial.
Es cierto que participaba en proyectos de misiones a corto plazo,
buscaba compartir el evangelio en el trabajo e incluso dirigía un
estudio bíblico en mi oficina, al mismo tiempo que servía activamente en
la iglesia. Y aunque es posible que incluso tuviera la reputación de
ser un buen cristiano en el trabajo, en el fondo lo que admiraba,
perseguía y buscaba era la fama, la fortuna y el poder. La única
diferencia era que fui capaz de disimularlo muy bien ante los ojos de
mis compañeros, pero no a los ojos de mi Señor.
Cuán ciertas son las palabras de Jesus: "Si la luz que en ti es oscuridad, ¡cuán grande será la oscuridad!" (LBLA) (Mateo 6:23).
En todo ese tiempo, la “vista” que tenía de mí mismo me decía que era un
buen cristiano, pero en realidad lo que veía era oscuridad, una luz
falsa; ¡Cuán grande fue esa oscuridad!
Solo cuando aprendí a apartar un tiempo regular y prolongado para
practicar la autorreflexión y el autoanálisis (además de mi apresurado
tiempo devocional diario) fue cuando me dí cuenta de mi locura. Como
consecuencia, cuando fui invitado a hablar en la boda de mi hijo (él es
un contador que se casó con otro contador, al igual que yo), le dije:
"No sigas mis pasos al pie de la letra."
Me refería a la manera en que había intentado ganar el mundo y al Señor al mismo tiempo.